lunes, 20 de junio de 2011

Las Penurias de Penélope o el episodio que inspiró a Murphy a enunciar su ley

Hace más de 20 años, una colega con la que tengo lazos que rayan en la hermandad, y yo recibimos el ¿honor? de trabajar en el extranjero.  Para ambas, era la primera vez que salíamos del país por asuntos de trabajo y nos sentíamos sumamente importantes, pero ese viaje quedará grabado a fuego en nuestras memorias como el más pesadillesco de nuestras vidas.


Salimos muy ufanas hacia el aeropuerto a las 3:30 de la mañana para tomar el primer avión.  En el aeropuerto no encontramos a ninguno de los que nos habían contratado y eso que exhibíamos tímidamente un folleto con el nombre de la compañía a ver si alguien nos reconocía..  Al fin un técnico de sonido que viajaba con nosotros nos divisó.  El pobre había pasado un mal rato tratando de convencer a los de la aerolínea de que lo dejaran chequear la cabina (un enorme armatoste de madera) como equipaje… 
Al fin embarcamos rumbo a nuestro destino.  Al llegar empezaron los problemas: obviamente, la cabina no pudo pasar por aduanas y se quedó presa hasta nuestro regreso de vuelta a casa.  Para mi colega y para mí surgió la primera gran preocupación: ¿Cómo íbamos a hacer simultánea sin equipo? 
De la primera parada de nuestro viaje salimos hacia otro aeropuerto, halando nuestras enormes maletas como mejor podíamos mientras tratábamos de mantener el glamour.  Llegamos al segundo aeropuerto y todavía teníamos que tomar otro avión para llegar a nuestro destino final, que alcanzamos exactamente 24 horas después de haber salido de nuestras casas, primorosamente vestidas.  Se imaginarán que esas últimas horas antes de finalmente llegar fueron larguísimas y mi colega y yo teníamos dos opciones: llorar desconsoladas o reír nerviosamente.  Optamos por esto último, lo cual causó una enorme alarma en un pasajero que iba sentado al lado de mi colega y que, cuando la aeromoza dijo que si alguien quería ceder su puesto porque pudiera esperar al próximo avión que éste iba lleno, salió despavorido volteando hacia atrás para asegurarse que las dos locas que estaban desternilladas de risa no lo siguieran.

Esa madrugada tratamos de dormir rapidísimo para que las tres escasas horas de sueño que quedaban entre las 3:45 y las 6:30 nos rindieran como si fueran ocho. 
Bajamos a desayunar y ahí empezó mi calvario personal: el desayuno para todo el grupo (y que fue el mismo durante toda la semana) consistía en huevos - presentados de diferente manera cada día,  jugo y café.  Por ser la más pequeña de mi familia, mi papá y mi mamá me fabricaron con materiales de deshecho y como consecuencia sufro de varias alergias, la más grave de todas (que puede producir hasta shocks anafilácticos) es al huevo.  Obviamente, a punto de comenzar un trabajo tan importante no me podía dar el lujo de enfermarme y menos morirme, creo que no se hubiese visto bien.  Con una amable sonrisa le hice un ademán al mesero para indicarle que sólo tomaría jugo.  A todas estas tenía más de 24 horas sin comer y aunque he hecho muchas dietas en mi vida, nunca había probado la de faquir.  Casi bizca del hambre buscaba desesperadamente alguna tiendita del hotel donde vendieran algo comestible; todas estaban cerradas a esa hora.  Entonces la vi: se alzaba majestuosa con un halo luminoso y juro que hasta me sonreía: ¡Era una máquina expendedora!  La máquina se convirtió en mi mejor amiga, me proveía de “Snickers”, que como todos saben son altamente nutritivos y además me presentó a su hermana, la máquina expendedora de refrescos.  Mantuve una dieta estricta de Snickers y Coca-Cola durante una semana completa, ya que los almuerzos y cenas consistían de pescado (que no como), pero ¡sobreviví de lo más bien!  Armada con mi barra de chocolate y mi Coca-Cola, estaba lista para enfrentarme al mundo!  ¡Y qué mundo!



¿Se acuerdan que la cabina se quedó presa en la aduana, no?  Bueno, ni mi colega ni yo habíamos intentado hacer simultánea sin equipo, pero no queriendo parecer poco profesionales y luego de un intercambio de miradas desesperadas le restamos importancia al asunto diciendo que claro que el trabajo saldría de maravillas y que, por supuesto, estábamos acostumbradísimas a hacerlo así.  Ya el cliente estaba suficientemente molesto después de enterarse que todo el costo de traer la cabina y al técnico había sido en vano.  El técnico, si acaso les interesa, tuvo una semana de vacaciones con todo pagado.  Su único trabajo consistió en buscar café y salir de paseo a explorar la ciudad - y tomar fotos del grupo.  Mi colega y yo hicimos un buen trabajo, recurriendo a todo lo que pudimos para paliar la falta de equipo – susurro, consecutiva y todos los medios de interpretación intermedios -  y el cliente quedó muy satisfecho, al punto que volvimos varias veces, aunque ninguno de los viajes posteriores fueron tan horrendos como este.
Este relato tiene varios aprendizajes para los intérpretes que recién empiezan y para los estudiantes:

  1. La Ley de Murphy se cumple inexorablemente en todos los trabajos; son los llamados imponderables para los que jamás estamos preparados.  Independientemente de toda la preparación y estudio previo, siempre nos puede tocar una falla técnica o un orador incomprensible o un dolor de barriga.
  2. Para ejercer como intérprete se necesita de una flexibilidad similar a la de un contorsionista de circo.  No importan las condiciones de trabajo, la calidad de interpretación debe mantenerse incólume y la actitud amable, aún cuando la cabina colapse con uno adentro y le caiga una enorme jarra de agua en la cabeza, the show must go on!  Por cierto, el colapso de la cabina es otro cuento verídico y de la vida real - ¡Con la misma colega!!!
  3. Cuando vayan de viaje lleven maletas pequeñas que puedan manejar por aeropuertos concurridos y subir por escaleras de moteles en pueblitos donde no creen en ascensores.
  4. Vístanse con ropa cómoda para el viaje, dejen tacones y faldas para cuando lleguen a su destino y utilicen tan poco maquillaje como les sea posible, a fin de que puedan lavarse la cara sin problemas cuando ya lleven 20 horas de viaje.
  5. Traten de viajar con colegas con quienes tengan empatía, a fin de poder reírse a mandíbula batiente de los pequeños inconvenientes que presenta trabajar fuera de su ciudad.
NOTA:  Las colegas que enviaron esta nota prefirieron mantenerse en el anonimato para proteger a todos los involucrados

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